El triunfo no es una meta, sino el estado de aquel que busca hacer algo mejor cada día de su vida porque se encuentra insatisfecho; del que crea y a la vez emprende; del que no se queda inmóvil al borde del camino viendo pasar su vida como si fuera la de otro; del que ve en cada momento una oportunidad para aumentar la intensidad de su deseo de crecer y de darse a los demás.
Perdemos más tiempo justificándonos para no hacer algo que el que nos tomaría realmente poner manos a la obra.
Frecuentemente decimos “no tengo tiempo”, “eso no es mi problema”, “no fue mi culpa” y llegamos a convencernos de que esa es la realidad, y así acallamos nuestra conciencia y permanecemos tranquilos ante lo que no podemos lograr.
Explicamos el fracaso con infinidad de excusas.
El triunfo no requiere explicación; una persona triunfadora siempre ve una respuesta para cualquier problema y el necio siempre ve un problema como toda respuesta.
La voluntad se forja como el acero: a altas temperaturas, es decir: si cada día acumulamos más calor, siendo mejores que ayer, llegaremos a tener voluntad de acero...
No existen los fracasos ni los errores, los fracasos sumados uno a uno forman la “superación personal”.
Reconocer que es propia la culpa es un paso para encontrar la forma de no volver a equivocarnos; así sabremos dónde estuvo el error sin engañarnos pensando tranquilamente que el error o la culpa fue de los demás.
¡Y así, reconociendo dónde estuvo el error, buscaremos el camino para enmendarlo!
María Teresa Contreras.